#DomingosDeFicción: Flor

La pobre de mi hermana casi no logró ver la bendición del Señor. Yo conozco algunas que han corrido con suerte al casarse con hombres comprensivos pero he conocido otras que no. Pobrecitas, sufren mucho. El problema es que eso de la esterilidad no se sabe sino hasta el momento en que se decide tener bebés. Si se los digo yo que mi única hermana salió machorra y esa situación desencadenó una tragedia descomunal. Toda la familia estaba en shock. Al principio pensaban que era problema de las pastillas. Es que tomó anticonceptivos por mucho tiempo, cinco años, demasiado. El cuerpo se acostumbró, decía mamá. Después de esperar como dos años sin buscar tratamiento, solamente intentando e intentando cada noche, mi hermana y mi cuñado decidieron ir al hospital. Tratamientos por aquí y por allá. Nada. Le pusieron unas inyecciones, le mandaron a tomar la temperatura cada día. Nada. Le indicaron unas hormonas. Nada. Bueno, le crecieron los senos como patillas pero de bebé, nada. Mi abuela entonces se puso las pilas y mandó a llamar a Catalina. Escondida sin que mi cuñado se diera cuenta le hacía baños de todas las ramas que una se pueda imaginar, le lavaba el vientre con zábila, le empapaba el pelo con eucalipto, le hacía beber orine de tigra recién parida. Nada. Sin embargo, mi hermana se ponía más hermosa cada día, con los pechos enormes, la mirada felina y unas caderas que a todo el mundo cautivaban. No hallábamos qué hacer, esto era un gran dilema familiar. En la familia nunca había existido una mujer estéril, era inconcebible. Las Núñez éramos parte de una estirpe de matronas fertilísimas. Ya yo tenía tres hijos, dos hembras y un varón. Mi hermana no podía manchar la tradición. Mi abuela y Catalina se dieron por vencidas y entonces se fueron a rezar el rosario cada tarde con mamá. Dios debía escuchar sus súplicas. Por su parte, mi cuñado seguía llevando a mi hermana al hospital pero la ansiedad lo fue carcomiendo y llegó a considerar buscar un ginecólogo hombre, cuestión que iba en contra de todo principio. Ningún hombre podía ver el tesoro que entre las piernas llevaba mi hermana, únicamente él. Pero, fue tanta su desesperación que se tragó su orgullo y llevó a mi hermana a ver a un ginecólogo a la Costa Oriental del Lago, al otro lado del puente. Bueno, realmente era un tipo sin licencia que trabajaba clandestinamente practicando abortos. Allí nadie los conocía y podían pasar desapercibidos. Tomando en cuenta los resultados de los exámenes que ya le habían hecho a mi hermana, el nuevo doctor le puso más inyecciones, más medicinas, más terapias. Hasta la mandó para el psicólogo. Nada. Ni de este lado del lago ni del otro. Mi hermana era machorra. Mi cuñado, al confirmar que mi hermana no podía tener hijos se resignó. Bueno, de cierto modo, o mejor dicho, jamás se dio por vencido. Lo que pasó fue que cambió de fuente. Un día se levantó decidido a ser padre y comenzó a serle infiel a mi hermana con el mero propósito de embarazar a cualquier mujer, o si era posible a varias, para dejar su semilla por ahí, en algún lugar que pudiera florecer. Al principio lo empezó a hacer sigilosamente, sin que mi hermana se diera cuenta, pero su desespero llegó a tanto que hasta le informaba a ella que se iba a buscar hembra que le pariera un hijo. Mi hermana sufría consternada y no había nada de lo que ella hiciera que lograra retenerlo en la casa. Estaba hermosa, con unas nalgas de profesora de aerobics, con unas piernas de bailarina y con el pelo que le ondeaba hasta la cintura. Pero ni eso hacía que mi cuñado durmiera con ella. Se compró babydolls de diferentes colores, unos más recatados, unos más de ramera. Nada. Mi cuñado seguía en la búsqueda del hijo perdido, que a todas estas debía ser varón para asegurar la inmortalidad de su apellido. Iba y venía de burdeles y moteles de mala muerte, de fiestas de orgías, de citas a ciegas y todavía no lo llamaba nadie para decirle que sería padre. Pero él sabía que las putas se cuidaban bien. Había que esperar unos meses nada más. Mi hermana se hartó, andaba encendida cada noche y con las hormonas a millón y mi cuñado no le prestaba atención. Entonces se dejó de tonterías y empezó a acostarse con otro hombre, porque era estéril pero no frígida. Ese galán resultó ser el jardinero, un muchacho muy joven, universitario y de muy buen porte que trabajaba cortando flores los fines de semana para tener un dinerito extra. Mi hermana se lo gozaba cada sábado al mismo tiempo que mi cuñado estaba con dos y hasta tres mujeres durante el fin de semana tratando de ser padre. Los gritos de placer se escuchaban hasta el final de la calle y los vecinos empezaron a cuchichear. El chisme corría por la urbanización pero a mi hermana le importaba un pepino. Había sufrido mucho ya. A mi cuñado le pareció extraño que las flores no estuvieran tan bien cuidadas como siempre pero como eso era cosa de mi hermana y era ella quien dirigía a la servidumbre, no le dio importancia. Además estaba muy ocupado entre el trabajo y las ansias de preñar a una mujer. Sin embargo, un detalle sí le llamó mucho la atención. Al cabo de cuatro meses mi hermana empezó a engordar y a rechazar todo tipo de carne y mi cuñado alarmado por el asco a la comida que ella tenía la llevó al hospital. Realmente no estaba muy preocupado por ella sino porque su menú diario estaba siendo afectado. Resultó ser que mi hermana estaba embarazada y al hospital no le quedó más remedio que revelar un pequeño error que se había cometido cuando les hicieron los primeros exámenes de fertilidad, el machorro era él, no ella. Dios escuchó las maldiciones de mi cuñado y las carcajadas de mi hermana por varios días hasta que una tarde él se apareció en la casa con un ramo gigante de rosas rogándole de rodillas que lo dejara criar al bebé que venía en camino, que nadie se iba a enterar de lo sucedido, que ella no quedaría como infiel ni él como cabrón y que él además sería el mejor de los padres y el esposo más cariñoso de todos. Y así fue, despidieron al jardinero, que aunque universitario era medio lento y nunca se enteró de nada, y fueron la pareja más feliz del mundo con una hija preciosa, a la cual llamaron Flor.
Por Naida Saavedra | @naidasaavedra
*Publicado en: Del sur al norte: Narrativa y poesía de autores andinos (El BeiSMan PrESs 2017)