Fedosy también narra en poemas

A finales de 2018, Fedosy Santaella presentó su primer poemario: Tatuajes criminales rusos. El reconocido narrador nos mostró que las historias también se pueden contar en poemarios. A propósito de eso, de su vida en el extranjero y de su actividad literaria reciente, mantuvimos esta conversación.
¿Cómo te has sentido en México?
Salir de tu país es volver a empezar. En mi caso, como escritor, entras en un terreno abonado y fértil ya hace mucho tiempo. De algún modo, digamos, pierdes tu espacio en una memoria colectiva, en este caso literaria. Entonces, toca volver a hacer muchas cosas desde el principio. Con todo, no me puedo quejar de mi vida acá en México. Me he acercado mucho más a mi vida familiar, y he podido volver a disfrutar de una buena cantidad de cosas que en Venezuela había perdido. México es un país maravilloso. Lo conozco desde muy joven y había venido en varias ocasiones. En la universidad conocí el arte y la literatura antigua mexicana. Rulfo, en cuanto a la moderna, es uno de mis maestros. Este país es muy rico culturalmente, y siempre me he sentido atraído hacia él. Digamos que venir acá casi puedo considerarlo una predestinación.
Eres un reconocido escritor en todos los géneros y formatos de la narrativa. ¿Qué te llevó a incursionar en la poesía?
Siempre me ha interesado la poesía. Con los años he ido incorporando cada vez más el trabajo poético en mi narrativa. La narrativa, en ocasiones, se me hace un muro pesado, un nudo imposible. Entonces, acudo a la poesía, y la escritura comienza a fluir de nuevo. La escritura poética es otro camino que destraba y te hace ver otros aspectos necesarios de la realidad y de la imaginación. También he descubierto que hay ideas, sensaciones, «historias» que no pueden ser dichas desde el cerco narrativo. Mis necesidades expresivas y estéticas siempre han ido más allá de lo narrativo. Si le echas una mirada a mis libros, desde Postales sub sole, por ejemplo, puedes ver que así ha sido. No me gusta quedarme en un solo lugar, no puedo incluso quedarme en un solo lugar. Si me quedara allí, sentiría que estoy empobreciendo mi trabajo literario y mi espíritu.
En efecto, tus escritos siempre dan la sensación de ser híbridos: de estar construidos con herramientas que habitualmente se usan en otros géneros. Tatuajes criminales rusos, tu primer poemario publicado, podría considerarse un compendio de historias narradas en poesía.
Algunos son historias, algunos son meros poemas, o eso quiero creer, que son poemas. Salieron un poco de la experimentación y de las necesidades expresivas del momento. Son textos poéticos, en todo caso, donde se entrecruzan los géneros sin mayor prejuicio. Podríamos decir que en Tatuajes criminales rusos hay narrativa, poesía, crónica e incluso ensayo, porque para llegar a estos poemas hubo antes una investigación más o menos profunda en torno a los tatuajes carcelarios y de las mafias rusas de los tiempos de la Unión Soviética; de modo que en algunos poemas se refleja esa «teoría», reinterpretada por mí en una especie de discurso argumentativo y poético.
¿Qué tanta importancia concedes a la investigación –y el reporteo, llegado el caso– dentro de tu obra literaria?
Creo que la investigación, la creación, la memoria y su compañero indefectible, el olvido, deben conjugarse de manera equilibrada en la ficción. Es todo un reto que exige práctica y olfato.
Una de las cosas que me llama la atención de tu vida como escritor es que has publicado mucho, con frecuencia y en diferentes espacios. Eso produce la sensación, claro, de que escribes bastante. Tengo la impresión de que eso no era algo tan normal en la literatura venezolana, que el escritor venezolano publicaba unos tres libros en un largo periodo de tiempo y se ocupaba poco de la promoción, etc. ¿Piensas tu carrera en términos como «debo publicar cada tanto», «es necesario que esté en redes», «me hace falta una columna en un medio», o cosas por el estilo?
No, yo creo que los tiempos han cambiado. Creo que antes había algo de exquisito en esa idea de publicar poco. Un tanto mítico el asunto y con una cierta carga de desprecio hacia el lector en general. También estamos en otros tiempos, las dinámicas son distintas. Internet lo cambió todo. Pienso sí, que debo publicar con cierta constancia (que es distinto a frecuencia), pero eso, sobre todo en estos tiempos, se da cuando se puede –en el país está cada vez más difícil– y, en todo caso, cuando llega el momento de ese libro, es decir, cuando sientes que está listo para publicar (y además tienes la suerte de publicarlo). Hace algunos años (por allá por el año 2000), en el país había muchas editoriales privadas buscando autores venezolanos, eso facilitó las cosas. Yo creo que mantener presencia no es un pecado. Tampoco el asunto es mostrarse desesperado. En todo caso, cuando hablamos de estas cosas, pareciera que estuviéramos hablando de pecados y nos viéramos en la necesidad de disculparnos. Yo creo que, al final, todo está en tu trabajo. La fama es efímera, lo sabemos.
¿Crees que, por decirlo de alguna manera, el escritor venezolano se ha «profesionalizado»?
El crítico literario Carlos Sandoval habla de eso, y de alguna manera ha dicho que el profesional de la escritura es alguien que se toma en serio su oficio y su arte. Tomarse en serio la escritura es sin duda un asunto comprometedor que requiere de constancia, dedicación y mucha responsabilidad. Una vez más, pareciera que nos diera vergüenza decir que un escritor es un profesional. Escritores aficionados sobran. Escriben, con todo su derecho, porque toda la vida han querido «escribir un libro», porque aquello de plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro. No critico a quien publica el libro que siempre ha querido escribir y que por fin escribió. Incluso se puede dar el caso de que escriban y publiquen varios libros. Pero de allí a que esa persona sea un escritor que realmente tenga un trabajo valioso, de calidad literaria, pues hay un abismo. Incluso, dentro de esa profesionalización hay un elemento importante: el reconocimiento por parte de la academia, los lectores, las editoriales, los certámenes, la crítica. Además está, no se olvide, el paso del tiempo. Es decir, hay todo un sistema de validación cultural y literaria que es absolutamente válido y necesario que debe ser considerado.
¿Y cómo observas a las nuevas generaciones de escritores venezolanos? Te lo pregunto porque da la sensación de que hay cierto vacío generacional entre autores ya reconocidos como tú y el grupo de noveles que están poniendo sus primero pinitos. Que hay un grupo de autores ya no tan jóvenes (cuyo mayor exponente es, quizá, Rodrigo Blanco Calderón) que quizá se esperaba que ahorita tuvieran cierta presencia y, más bien, da la sensación de que dejaron de escribir. O de publicar, al menos. ¿Crees que la crisis venezolana ha influido en esto?
Creo que esa sensación de vacío es falsa. Hay un agujero, y ese agujero lo trajo la revolución. Las editoriales han ido desapareciendo (quedan algunas que luchan dignamente), las librerías, los concursos, comprar un libro a veces es imposible. Hasta hace un par de años, yo supe de escritores muy jóvenes que estaban trabajando, escribiendo muy bien. Ve, por ejemplo, en poesía, las publicaciones de los autores jóvenes de La Poeteca: Valenthina Fuentes y Yeíber Román, entre otros. Hay gente escribiendo, eso creo.
Hay agujero, que es el agujero que ha traído la tiranía, pero el vacío no está, porque hay gente, gente escribiendo a pesar de todo.
Nombras a poetas jóvenes. Creo que la poesía está resistiendo y siendo celebrada con iniciativas como La Poeteca o el concurso Rafael Cadenas. La narrativa de no ficción, me parece, está teniendo un resurgir interesante en el país: quizás al fin podamos ponernos a la par de nuestros vecinos del continente (medios como La vida de nos que apuestan por esa literatura no eran tan frecuentes). Ahora bien, ¿cuál es la situación actual de la ficción, desde tu punto de vista?
El panorama narrativo se me hace más difícil de entender dentro del país. Fuera del país, sin embargo, están sonando mucho los nombres de Rodrigo Blanco, Alberto Barrera, Karina Sainz y Juan Carlos Méndez-Guédez, entre otros. Sánchez Rugeles, por ejemplo, acaba de reeditar en España con la editorial Kalathos, que ahora produce libros allá. Por supuesto, mucho de lo que suena obedece a una literatura que busca contar el país que nació y se fue oscureciendo con la revolución de Chávez y sus adláteres. Ojalá ese interés también lleve a apreciar a la literatura que se ha hecho en Venezuela por fuera de ese campo. Ednodio Quintero, por ejemplo, acaba de publicar su narrativa breve con Atalanta, en España, bajo el título de Cuentos salvajes. Ojalá también esa literatura venezolana también pueda apreciarse fuera.
¿Estás trabajando en algún nuevo poemario?
Sí, trabajo en un poemario que gira en torno a figuras que me fascinan del universo de la música como Leonard Cohen, Coltrane, Mingus o Johnny Cash. Busco en ellos, en su música, en su vida, el secreto y la belleza del daemon.
Hace poco publicaste en Revista OJO una nota en la que expresabas tu opinión sobre la música actual. ¿Qué papel juega la música en tu proceso creativo y en tu formación como escritor?
La música crea en mí atmósferas a la hora de escribir que me han servido de mucho para entender y recrear las atmósferas que deseo en mis historias y mis poemas.
¿Ves relación alguna entre la poesía y la música? A Gustavo Cerati, por ejemplo, con frecuencia le decían en prensa que sus letras eran «poesía». Y Bob Dylan se ganó un Nobel de literatura.
Creo que muchas letras de la música popular son poemas magníficos. «Nevermind», por ejemplo, de Leonard Cohen, es un gran poema. También creo que mucho pueden aprender los poetas de estas grandes letras de canciones y mucho pueden aprender los músicos de los grandes poetas.
Bueno, ya para ir cerrando: ¿cuál es el leitmotiv de la obra que estás produciendo en este momento de tu vida?
Es fundamental, en este momento de mi vida, el cuidado de mis hijos, de mi familia. Cuidándolos a ellos, me cuido yo también.
Por Lizandro Samuel | @lizandrosamuel