Música en medio de la lluvia

En un día de lluvias y nubes grises podría esperarse un festival gris, quizá desteñido por el peso de su propia historia. El Festival Nuevas Bandas siempre, para bien o para mal, ha estado allí como un faro, intentando actuar como una especie de guía omnipresente (para algunos); y direccionar, desde su difusa línea editorial, a aquel ente abstracto e informe que muchos llaman “movida” o “escena musical venezolana”.
No vengo a hablar del festival. Creo que es llover sobre mojado mencionar logros, charlas, patrocinantes, situación país o el criterio de los jueces. El Festival Nuevas Bandas 2019, ante todo, fue un hecho, y dio como ganador a Wilmer Franco.
Me referiré a Altamira, más bien, como un ágora, aquel sitio donde los griegos se reunían para hablar y discutir sobre los asuntos importantes de la polis –la ciudad, digamos–, donde se forjaba en cierta medida el concepto de civilidad a través de la idea. ¿Qué es un festival de este tipo al fin y al cabo, sino un conjunto de ideas ordenadas alrededor de un acontecimiento musical particular? Pero, sobre todo, quiero hablar de algunas bandas, siendo estas, irónicamente, de las que nadie habla a grandes rasgos, aunque muchos finjan interés.
—Stereolux ganó el reciente Viva Rock Latino en el Hard Rock Café Caracas, ¿hay una responsabilidad en demostrar un nivel por encima del standard? —les pregunto antes de su presentación.
—Más allá de una responsabilidad, es saber que tenemos que dar un buen show. La expectativa viene dada por el público porque habrán escuchado que fuimos premiados hace una semana en el certamen del Hard Rock –dice Napoleón. —El galardón por sí mismo no es más que un peldaño, una plataforma; y en el caso de que no existiese eso, Stereolux seguiría dando lo mejor de sí en cada presentación. Para eso nos preparamos. Es lo que toca hacer, independientemente de todo.
Da igual lo que unos cuatro locutores de la Mega seleccionen como rock nacional o como sonido interés: siempre queda algo por fuera, algo que ni el más íntegro de los críticos podría evitar. Ese es el problema de las selecciones.
Una tarima al fin y al cabo no significa nada, la ponga quien la ponga. Una tarima es una media luna pálida, un astro inerte de cráteres que da la ilusión de brillar. Pero es solo eso: una ilusión. La realidad se transforma cuando una banda aparece en escena y decide, o al menos intenta, que esa tarima sea más que cables y amplificadores. Solo en ese momento la tarima, desde mi perspectiva, se convierte en “la movida”. Un instante pendular que se edifica entre la música que sale de ella y el público.
Al caminar entre la gente puede percibirse un cierto aire de seguridad. En ese semicírculo –entre cigarros, vapers, cervezas y parejitas– hay montada una ficción de país que los más optimistas creen que puede volver, como si la música pudiese salvar o regalarnos una expectativa de futuro. “¿Hay fe en esto?”, es la pregunta recurrente para abordar el tema. Y ciertamente la hay; quizá hasta yo, un pateacalles sin nombre, la tenga, aunque las aceras sucias, el sectarismo y demás vicios –de los que yo he sido partícipe infinidades de veces– de la “movida” caraqueña sigan presentes.
Hay planes. Se escucha que tal y tal planean una unión para tal cosa y para no sé qué más. Otro dice que abrirán espacios para tal y cual género, que si el problema es la plata, la pondrán. Las intenciones sin voluntad solo terminan en eso: intenciones. Y de todo corazón espero que todas las ideas se concreten. El problema de base siempre ha sido la concepción de identidad. ¿Cuál es el núcleo de un movimiento musical sólido? ¿De qué se está hablando y de qué debería hablarse?
—Aunque Venezuela es un país enteramente político, e incluso se hagan eventos como el tributo al punk venezolano del día de ayer, no hay una tendencia en las bandas de enfocar las letras hacia esa problemática, hacia ser reaccionario –dice un chico entre el público–. No parece ser una inquietud; sino una forma de evadir.
—Estamos acostumbrados a evadir –pienso antes de que la conversación vaya por otros derroteros. —Se están haciendo cosas —dicen aparte—, pero igual parece muerto de a momentos. Es injustificable que no se note que una banda se baje y que venga la otra. ¿Qué te dice eso?
—Que no estamos prestando la suficiente atención.
—¡No! –señala los toldos con los logos de marcas–. Que ellos no están prestando atención.
—Pero son los que ponen la plata. Y más de uno te dirá que esto se hace con las uñas. —Aquí todo se hace con las uñas. Hasta el ridículo. Hacer el festival solo por hacerlo no tiene sentido –se ríe y yo decido continuar la caminata. No me atreví a refutarle porque tenía tanto derecho como yo a ser escéptico.

Foto: Alberto Sandoval @albertosandovalphoto
Muchas cosas se hacen por hacerlas. El amor, por ejemplo. La industria, próspera o no, está llena de hacedores; que lo que hagan sea útil es tela de debate para los opinadores de oficio o para futuros foros en donde se discutirán las mismas cosas de hace más de veinte años. Y mientras esas cosas se siguen discutiendo, unos quinceañeros ya masacraban unos amplificadores allá en Maracay.
—¿Piensan que hay un antes y un después de su participación en el Festival Nuevas Bandas? –les pregunto a Mirages. Lo hago con toda la intención de levantarles un poco el ánimo. Ser la banda abridora nunca es fácil: todo lo que puede salir mal, saldrá mal; y si tocas metal, todavía más. La inminente lluvia, el viaje de una ciudad a otra y un protocolo que parece haberse olvidado de ellos (en sus propias palabras) podrían dar por entendido que el humor no era el mejor.
—Sin prueba de sonido es difícil –dice Gabriel–. Sin embargo, a nivel de difusión en las redes, hay cierta diferencia positiva. Nos escriben más seguido por mensaje privado, y las interacciones también han crecido. Por ese lado estamos contentos. Al final, vinimos fue a tocar.
—¿Y la competición no importa?
—Claro que importa para el que quiera ganar, pero hay que estar claros en cuál es el papel que le corresponde a uno. Caracas nos parecía lejana hace un par de años. Ahora estamos aquí, y hemos venido tocando por todo el país, y vamos a seguir haciéndolo. Entre las mismas bandas cuadramos todo. Ese es nuestro foco. Muy a lo punk, como lo que te gusta a ti.
Sonrío. Los pequeños movimientos, aunque tengan la sombra de la muerte, tienen la obligación de dar ese paso hacia la adultez, de ser parte del pico que siempre sube y cae abruptamente antes del silencio. Son olas que vienen, arrastran y se llevan lo que pueden. No se le pregunta a una ola si desea detenerse: simplemente se está en la orilla esperando que golpee.
Así ocurrió en los 80, 90, principios del nuevo milenio y mediados de esta década. Todavía abrazamos esos movimientos con nostalgia, y muchas veces les atribuimos más importancia de la que de verdad tienen, sin comprender el porqué nunca despegan.
Uno de los temas tabú –que hoy por hoy se metamorfosea a una discusión de moda– es la llamada inclusión de bandas de metal al festival. Hay opiniones encontradas que solo quedan en opiniones. Hay personajes que solo se quedan en personajes y palmadas de hombro que no son más que eso. Dentro del metal, dentro de nuestro underground, se distingue una dinámica que está alejada de otras más convencionales. La discusión está en aceptar que el metal tiene sus convencionalidades también, y que quizá solo podría sobrevivir al “boom” si las asume.
—Mira. Esto se trata de mostrar quién eres de la forma más sincera posible –dice Adrian, de Sick Feel.
Nos sentamos en círculo alrededor de un banquito, como viejos amigos que han pasado por más menos las mismas ronchas.
—El apoyo de la gente –continúa– tiene que venir por lo que haces. Hay que sacarse ese chip de que si se toca metal no se puede llegar a ningún lado en esta clase de festivales. Ya lo hizo Agresión, lo hizo Candy, lo hizo Maskhera y lo hizo Rudras.
—Nosotros tenemos más de diez años –dice Joel–, hemos tenido más de una veintena de integrantes, y tú sabes que hasta en potreras que hieden a posta de caballo hemos tocado. Incluso conoces ese elitismo dentro de la escena (y que está en todas partes) por el que mucho tiempo la banda estuvo desplazada del Molino y de otros locales. Al final se trata de tocar tanto la puerta que terminas reventándola y comprendiendo qué hay al otro lado. Y no es tan malo.
La tarde caldea. De fondo, suena Políticos paralíticos. Nunca falta la oportunidad en la que la Fundación rinde un homenaje a la tríada civilizadora: Zapato 3, Sentimiento Muerto y Desorden Público. Para algunos puede ser un disco rayado que aparece como un chupasangre todos los años; para otros, un momento para fumar un cigarro y recordar Mata de Coco y los casetes quemaítos que Pablo y Cayayo distribuían por cuanta plaza había en esa Venezuela socialdemócrata que nos trajo eventualmente para acá.
—¿Has notado algún cambio de tendencia en cuanto a lo musical en estos años? –pregunto a Johnnatan Loaiza, de Kluster Music–. Llevas rato dándole y registrando un archivo audiovisual considerable. Algo habrás visto.
—Fíjate que no es tan difícil precisarlo porque la línea editorial del Nuevas Bandas es más o menos parecida a pesar del paso del tiempo. Hay ciertos cánones, y lo que puede percibirse es una tendencia a calidad interpretativa y quizá acceso a mejores instrumentos. Hay unas bandas que se notan más ensayadas que otras, y algunas que suenan más o menos igual que las que hubo; y lo más probable es que se mantenga así durante mucho rato. La movida para mí no es un concepto tan abstracto. Se construye a partir de las bandas y de todo lo que pueda salir a partir de eso, pero debe haber un trabajo arduo para que se note, para que haya una visibilidad llamativa que a la larga pueda generar públicos sólidos como lo ha hecho el Waken. El problema es que nosotros queremos hacer un Waken sin entender cómo se llegó hasta allá; nos gusta el resultado final y no el proceso. Es la piedrita de la mayoría de los festivales masivos de la capital. Estos espacios están para eso. Son los que existen hoy por hoy, aunque no son perfectos y deban decirse un par de incomodidades, porque eso es parte de mejorar.
La noche termina, y con las últimas notas de Anakena, ganadores de la edición del 2018, decido abandonar la burbuja. No puedo determinar si me voy con esperanza o con un leve sabor amargo. Algo ha cambiado, de nuevo, de nuevo, de nuevo; y parecemos surfear sobre esos cambios a pesar de. Hay papeles predeterminados, promesas predeterminadas y situaciones moldeadas para este tipo de brechas. Nos ponemos el traje e interpretamos cada cosa con la que nos topamos a la hora de hacernos vida en estos eventos. Nos ponemos la “cara de toque” de nuestro gusto y marchamos con la maquinaria a ver dónde nos lleva. Siempre ha sido así: negarlo es testarudez. Y al fin y al cabo eso es la Caracas musical, un pequeño flash que de vez en cuando viene a recordarnos que existe; aunque, para mí, no ha nacido.
Por José Miguel Mota | @mmjmiguel_
Foto principal: Julio Lovera @jloverafotos