De cómo pasé de decepcionar a Horacio Blanco a imitarlo a la perfección

Para Danel, Horacio, Caplís, Kiko, Cheo, Oscar y todos los de antes y ahora…
El primer disco que tuve fue el álbum debut de Desorden Público. Me lo regaló un vecino. Yo tendría siete años. Mi impresión inicial era de incredulidad y emoción al escuchar que alguien podía decir “huevones” en un disco. En retrospectiva, creo que hay que reevaluar la idea de Políticos paralíticos, canción que apareció en ese primer álbum. Por ejemplo, Franklin Delano Roosevelt, probablemente el mejor presidente de Estados Unidos en el siglo XX, estuvo paralítico gran parte de su mandato… así que la canción es más aspiracional de lo que parece.
10, 9, 8…
El primer concierto al que fui también fue de Desorden Público. Fue en el Círculo Militar de Maracaibo. Yo tendría 11 o 12 años. Recuerdo claramente como Desorden apareció en escena y empezaron un conteo regresivo: 10; 9; 8; 7…. Al llegar a 1, arrancaron con todo Canto popular de la vida y muerte, una canción que, aun a estas alturas, habiendo escuchado muchísima música de todo tipo, puedo decir que es uno de los mejores temas para empezar un set. Todo el mundo brincando: banda y público. Luego, en D.P., la segunda canción, se fue la luz. No fue para nada lo de ahorita, pero sí un abreboca con un par de décadas de anticipación. Unos cinco minutos después se solventó el problema. ¿Qué hizo Desorden? 10; 9; 8… empezamos de vuelta.
Quedé enganchado totalmente.
La mirada
Después del concierto, Desorden Público se volvió parte importante de mi vida. Escuché todo los discos hasta el cansancio. Luego llegó la hora de otro concierto en Maracaibo. Para promocionarlo, Horacio iría a Costa Verde a firmar autógrafos. Yo tenía que estar allí. Había una buena cantidad de gente, pero, como la mayoría eran personas normales, esperaban por su autógrafo y se iban. Yo no.
Hablé todo el tiempo que pude con Horacio, que fue accesible e incluso agradable. Yo, con mis 13 años, no lo podía creer. Cuando estábamos por despedirnos, le dije, lleno de emoción: “Yo me sé todas las canciones de Desorden”. Se le iluminó el rostro y me preguntó: “¿En guitarra?”.
“Noooo, las letras”, respondí.
Es imposible olvidar la mirada de Horacio después de mi aclaración. Me miró como si le hubiese dicho a mi padre que quería ser malabarista: nunca había visto tanta desilusión en una persona.
¿Quién se casa?
Después pasó algo surreal. Mis amigos cercanos y yo nos enteramos de que Desorden Público iba a tocar en una fiesta privada, un matrimonio en el Club Naútico. “¿Quién se casa?”, “¡Qué importa, toca Desorden!”. A pesar de conocer periféricamente a los novios, no estábamos invitados, pero obviamente eso no era impedimento. Ese día empezó una amistad con Desorden, sobre todo con Kiko y Cheo (después se hizo extensiva a los demás, especialmente a Danel). Nunca más he tenido que pagar por una entrada para verlos en concierto, una entrada que vale la pena pagar sin dudas: es una garantía de disfrute.
En el matrimonio, el toque fue increíble. No solo era una fiesta privada, sino que la mayoría de la gente estaba pendiente de “los novios” (no duraron, obviamente), por lo que Desorden tocó prácticamente para mis amigos y yo. También pasó algo más (algo que no puedo creer que hice, pero supongo que a los 15 años el proceso de toma de decisiones es distinto). Cuando Desorden empezó a tocar Ska de acá, me monté al escenario y, por una canción, fui el vocalista de la banda, algo que volvería a hacer tiempo después en el Club Alianza, esta vez en un concierto abierto con muuuucha gente. Por suerte sé cantar y todo salió bien, sino probablemente esta parte estaría editada.
El contexto es clave
En un toque en el Hotel del Lago, yo estaba con Kiko y Cheo. Manteníamos buenas conversaciones sobre música y cine. Kiko me contó historias legendarias de Angelo Moore durante la grabación de Plomo revienta. Recuerdos agradables por donde se lo vea. Luego llegó la hora de tocar. Admito que un porrito había pasado por mis manos (y cuando digo un porrito, quiero decir al menos un porrito). Ese era mi “estado de gracia” en el momento, situación de la que todos se daban cuenta. Por aquellos días había un escándalo de corrupción en Perú que acaparaba las noticias, protagonizado por Vladimiro Montesinos, jefe del Servicio de Inteligencia Nacional de Perú durante el gobierno de Fujimori, quien fue capturado en Venezuela. No recuerdo mis palabras exactas, y hay que resaltar que el contexto es clave, pero antes de que Desorden saliera a escena le dije a Cheo algo como “por poco se llama Vladimiro Montecito”. Hago pausa aquí, soy el primero en admitir que no es un gran chiste, no fue que me explotó el cerebro por imaginativo. Sin embargo, a Cheo le pareció comiquísimo. Soltó una carcajada estruendosa, y, no contento con eso, empezó a repetirle a toda la banda el comentario. Todos se reían durísimo. Me sentí realizado.
Fue un gran momento en mi vida.
Piso revienta (o cómo arruinar un set de Café Tacuba y divertirse en el proceso)
El toque de estreno de Plomo Revienta fue en el techo del estacionamiento de la UCV. Era Desorden y Café Tacuba. Había una imagen inmensa con un logo de Plomo Revienta: era emocionante. Ahora bien, quienes construyeron el estacionamiento no pensaron nunca en el impacto de un concierto de Desorden (es decir, de un terremoto), y estoy seguro de que Frank Lloyd Wright no estaba entre los organizadores. Cuando Desorden empezó a tocar, el piso se movía, se movía al punto de que perdías el ritmo de los saltos porque el rebote del piso te frenaba en la caída. Tranquilamente esta podría ser la anécdota de una tragedia; sin embargo, es uno de los mejores conciertos de mi vida. El impacto del movimiento después de que Desorden pasó por el escenario fue tal que los bomberos obligaron a Café Tacuba a cambiar su set por los temas más lentos, porque no había garantías de que el techo pudiese aguantar mucho tiempo más.
Joe Strummer
Desorden tuvo mucho que ver en mi educación musical. Por Desorden terminé saltando a otros lugares y haciendo conexiones que aún son importantes en mi vida. The Clash es sin duda uno de esos casos. Después de que Joe Strummer murió, en diciembre del 2002, Horacio Blanco escribió en algún lugar unas palabras con la elocuencia que lo caracteriza. Tiempo después lo encontré acá en Maracaibo y pude decirle lo que Joe Strummer era (y es) para mí, así como lo especial que resultaron sus palabras. Hubo un fuerte abrazo porque se entendió como algo importante en común. Disculpen que no hay nada cómico en esta anécdota, pero me gusta recordarla. Quizá borró un poco la mirada de desilusión del momento en que le dije que no podía tocar sus canciones en guitarra una década antes.
¿Qué has hecho por mí últimamente?
Mi amistad con Desorden se ha mantenido hasta estos días, siempre alegrándome por sus continuos éxitos. Hay más anécdotas en mi vida con Desorden, pero algunas no quiero compartirlas, son mías: no sean averiguadores, es de mal gusto. Los últimos años, incluso, me dieron una mano en mis relaciones personales. Cuando mi exnovia (tranquilos, todo acabó en buenos términos) estaba brava conmigo (algo mal habré hecho), había un truco que no fallaba para desactivar esa bomba. Una manera de indefectiblemente volverla a poner de mi lado era que empezara a hablar como Horacio. Podía haber matado a alguien, pero si después hablaba como Horacio era imposible que no se riera. Al tratar de imitar a Horacio mi vocabulario mejora de manera automática. La encontraba en la cocina con aquella rabia y solo tenía que decir (modulando la voz para): “Mira… me parece que el proceso que estás utilizando para gratinar esas papas no es el más adecuado… veo una interesante impronta de acción, pero te va a hacer falta inteligencia y corazón si quieres llevar esas papas a buen puerto”. Y listo, problema solucionado.
Gracias por todo, Desorden.
Por Antonio Matheus Suárez | @antomatheus