El origen de El violador eres tú

A varias semanas del inicio de las protestas en Chile, uno de los símbolos más emblemáticos que se han elevado del movimiento popular y social devino del vibrante colectivo feminista chileno, en específico del performance que, a estas alturas, cualquiera de nosotros con una conexión a Internet ya habrá visto y escuchado más de una vez: el canto de “y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía”.
Lo escuché en las calles de Santiago, lo escuché en el video de un grupo de mujeres versionándolo en francés en la ciudad de París, lo escuché en el repique del teléfono del concierge que me hizo check-in hace apenas unos días en un hotel de Bogotá. El canto, junto con su fácil y pegajosa coreografía, han sido replicados, ensalzados, vilipendiados y ridiculizados a partes iguales. Han sido acusados de ser “una forma inadecuada” de protestar, de señalar indebidamente “a todos los hombres” al potente grito de “el violador eres tú”, y de no ser más que un llamado desesperado de atención por mujeres que, como todas las feministas desde que el mundo es mundo, son acusadas de ser poco atractivas al ojo masculino.
En su origen, Un violador en tu camino formaba parte de una obra teatral que nunca llegó a estrenarse. La canción, presentada por primera vez el 20 de noviembre en las calles de Valparaíso, se hizo pública como parte de una serie de performances e intervenciones callejeras, convocadas por un colectivo teatral en el marco de las protestas ciudadanas. El colectivo Las Tesis (Paula Cometa, Dafne Valdés, Sibila Sotomayor y Lea Cáceres) trabaja en piezas performativas y artísticas que buscan poner en escena a autoras feministas, representando denuncias de violencia sexual y agresiones basadas en el género. Pero la viralización de la pieza no estaba en sus planes, sino que fue el resultado de los videos tomados ese día que recorrieron las redes sociales, llevándolas a presentarse en otras localidades chilenas (Valdivia, Santiago, Temuco, etc.) y posteriormente a liberar la letra y la base musical de la pieza, en respuesta a quienes pedían poder llevar a cabo la intervención en otros países.
Piñera, sé como mi papá

Captura de pantalla
A principios de este año, se hizo tema central en la opinión pública y en los medios el caso de un foro en el cual se intercambiaban imágenes íntimas e información privada de mujeres, en especial de jóvenes con marcada presencia en línea como influencers o activistas. El caso Nido sonó fuerte no solo por su relación con una serie de delitos de gravedad, como extorsión y difamación, o porque –finalmente, tras muchas denuncias durante años de que este tipo de actividades tenían lugar en la Internet chilena– se levantaron 156 denuncias en el ámbito nacional, incluyendo un número importante de casos de mujeres menores de 17 años, sino también por el tratamiento mediático desafortunado (tras el suicidio del presunto administrador del sitio, Lamuel Donoso, quien se arrojó a las vías en la Estación Grecia del Metro de Santiago, los medios de comunicación titularon noticias con información como su alto promedio de calificaciones o su supuesta “victoria” contra Facebook por un dominio web).
La Internet chilena es un espacio notoriamente inseguro y hostil hacia las mujeres, sin duda es el reflejo de una sociedad profundamente machista. Según un estudio sobre percepción de acoso sexual llevado a cabo por la Corporación Humanas, 90% de las mujeres declaraba “para 2017” haber sido acosada sexualmente, y un 77,4% señalaba tener la percepción de que la violencia contra la mujer iba en aumento.
El performance de Las Tesis se enmarca, entonces, en una respuesta colectiva a la violencia percibida por la sociedad y que, según los manifestante, es ejercida por el Estado, que en el caso de lo femenino se observa en la agresión hacia los cuerpos, hacia la libertad de decidir, hacia la autonomía sexual y reproductiva.
Duerme tranquila, niña inocente
El verso final de la canción de Las Tesis parece haber sido el más desconcertante para los extranjeros, quienes se sorprendieron de saber que es una cita directa del himno de los Carabineros de Chile. Esas líneas buscan poner de manifiesto la realidad que viven las mujeres chilenas que, al denunciar que han sufrido violaciones y abusos sexuales, reciben como respuesta “no solo de la sociedad, sino también de las autoridades que debieran defenderlas” un intento de revertir la culpa al cuestionar cómo estaban vestidas o qué estaban haciendo. Es así también como el performance, con movimientos como las sentadillas, remite al informe de Human Rights Watch donde se señala la práctica de Carabineros de obligar a los detenidos a desnudarse y hacer sentadillas.
El performance de Las Tesis, sin embargo, se enmarca en un contexto que no solo abarca la violencia de género, sino que va mucho más allá y responde a una violencia que denuncia como estructural, sistémica y del Estado –en este caso del Estado chileno–, que durante esta larga ola de protestas ha sido señalado por prácticas como desvestir y manosear a protestantes y practicar actos de violencia con connotación sexual.
“Duerme tranquila, niña inocente,
sin preocuparte del bandolero,
que por tu sueño dulce y sonriente
vela tu amante carabinero”.
Que muera Piñera y no mi compañera

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Las protestas no han sido escasas en mecanismos creativos para expresar el descontento. La población LGBTQI+ se ha manifestado de manera rotunda hacia los vejámenes que sufren constantemente a manos de terceros y también de las autoridades. De igual modo, hay una pintada que se repite insistentemente en las paredes de Chile: “Me cuidan mis amigas, no la policía”. Un cartel extremadamente sencillo se hizo viral hace pocos días: imitaba un chat de WhatsApp con solo dos mensajes: “Avísame cuando llegues” y “Amiga, ¿llegaste?”. Cualquier mujer de América Latina conoce el significado de este intercambio, la angustia de esperar que el doble check se vuelva azul, la ansiedad hasta que se obtiene una respuesta o la necesidad de usar la opción de compartir nuestra ruta con otra persona cuando tomamos un Uber a solas. La frase “No me cuida la policía, a mí me cuidan mis amigas” no solo pone de manifiesto la sororidad que, además de hermosa, es necesaria para la sobrevivencia en nuestras sociedades, sino también el desamparo por parte de quienes juraron protegernos, pero en su lugar solo replican las estructuras de poder existentes.
Por eso la pintada, también común en la ciudad por estos días, “Que muera Piñera y no mi compañera”, la que responde a un valor específico de cara a las necesidades cotidianas: las chilenas que protestan se quejan de un Estado que no solo es abusador y opresor, sino sobre todo ausente en su tutela y sordo al responder a sus reclamos. Por ejemplo, la frustración porque iniciativas como la legalización del aborto en tres causales, que fuera vista internacionalmente como un éxito social y político enorme, se haya hecho sal y agua frente a la posibilidad de oponer objeciones de conciencia en un país donde las poblaciones más alejadas de la capital cuentan con apenas uno o dos médicos disponibles, lo que sigue situando al derecho al aborto como un privilegio inalcanzable, restringido solo a personas de recursos económicos elevados.
La viralidad de la canción la ha hecho ser replicada no solo en performances y protestas a lo largo del mundo, sino también en remixes, mash-ups y memes que sincronizan la música con coreografías de Shakira, El Chavo del Ocho, e inclusive de John Travolta en la película Michael. Aunque en muchos casos este tipo de remixes persiguen un objetivo de burla, la teoría de la memética señala que estos mecanismos son los que más fácilmente pueden reproducir una unidad cultural, o, en palabras más simples: lo que se convierte en meme se esparce mucho más rápida y fácilmente.
Por otra parte, el formato de “la culpa no era mía” desencadenó un sinnúmero de confesiones en redes sociales donde las mujeres (y también muchos hombres) contaron sobre sus experiencias de abuso sexual. DataPop, un colectivo mexicano dedicado a la visualización de datos, reveló que según la información recabada a partir de estos tuits, 31% de las agresiones se concentraban entre los cuatro y los seis años de edad y sucedían en el entorno familiar, mientras que otro 16% sucedía entre los nueve y los 11 años.
Mientras la ola que produjo esta protesta no termina de romper, queda claro el valor inicial de su viralización: miles de mujeres en todo el mundo que alzan sus voces para denunciar claramente a quienes abusaron de ellas, para sacudirse el peso de la culpa que la sociedad ha querido dejar caer sobre sus cuerpos, sobre sus mentes y sobre sus voces.
Por Marianne Díaz Hernández | @mariannedh