Ya no creo en Missing Link (alerta de spoilers)

—Papá, ¿dónde está mamá?
—Se la llevó un perro en la boca.
—…
Solo un recuerdo. Sin fecha.
Al terminar de ver Missing Link (Butler, 2019), me levanté de mi cama y apagué el proyector que está encima de la biblioteca de mi habitación; era ya de madrugada, por lo que caí rendido de inmediato. A la mañana siguiente me comenzaron a invadir los recuerdos de una época de mi niñez en la que la palabra de los otros, y la mía, tenían un verdadero peso en la forma en la que entendía el mundo, al menos mucho más que ahora. Pretender que esa confianza en la palabra era un caso personal es un absurdo; sé que es una experiencia colectiva, solo hay que hacer el esfuerzo y volver muchas decepciones atrás para toparnos con nuestra propia ingenuidad.
Ya había caído bajo efecto de las animaciones para “todo público”, aquellas que entretienen mediante acciones impresionantes para el niño, mientras que a los jóvenes y a los adultos los conmueve y hace reflexionar sobre lo que hicieron o dejaron de hacer.
En la película, la voluntad curiosa e innovadora de Lionel Frost, un solitario buscador de criaturas desconocidas, se antepone ante las premisas de The Optimates Club (El club de los hombres excelentes), una logia de exploradores veteranos con el poder suficiente para moldear la opinión de la sociedad. Frost, con la convicción de volverse un miembro, le apuesta a Lord Piggot –quien más prestigio tenía entre los Optimates– que si le lleva alguna prueba de la existencia de un sasquatch (un pie grande) inmediatamente se volverá un miembro oficial de ellos. Sin embargo, mientras avanza la historia estos dos personajes toman direcciones opuestas: Lionel Frost cumple sus metas progresivamente, como si estuviera destinado a ello; mientras que Piggot acumula fracasos, a la vez que mueve todos los hilos a su disposición para eliminar a Frost y a la agradable criatura con la que el excéntrico aventurero entabla una amistad a lo largo de la historia.
Si no me equivoco, a comienzos del año 2000 el diario El Nacional vendía en su edición dominical unos CD que contenían juegos interactivos. El proyecto se llamaba Meg@ Kids. Tuve el goce de pasar horas jugándolos todos. La sección de uno de estos discos era lo paranormal: uno exploraba una suerte de Área 51 tridimensional llena de los cuerpos conservados de distintos tipos de extraterrestres y criaturas legendarias, entre estas estaba el chupacabras, el yeti y, cómo no, un ejemplar de pie grande.
Para ese momento, disfrutaba a montones los especiales de Discovery Channel y Animal Planet sobre criaturas extrañas. El tema me obsesionaba. Había un episodio específico en el que un supuesto sasquatch fue grabado infraganti por un cazador. A pesar de que el plano durara aproximadamente dos segundos, la repetición incesante del mismo me hacía temblar de miedo. Aún recuerdo la figura borrosa del primate peludo que caminaba erguido entre los árboles.
Al estar bombardeado de información que aseguraba la existencia y presencia de estos seres en distintos medios visuales, la imaginación de un niño se estimula: se convence de la existencia de aquellas criaturas. Con el niño Jesús, el ratón Pérez y pie grande sucede lo mismo; de tanto enunciarlos, uno cree parcial o totalmente en su existencia, hasta que en algún momento descubrimos “la verdad”.
Ahora, el universo de Missing Link no cuestiona la existencia de estas criaturas, son tan reales como los personajes humanos. Los yetis y Susan –el pie grande que protagoniza la película– pueden comunicarse y razonar como una persona adulta. Se ocultan de nosotros por terror. Esto porque, parafraseando un diálogo de la matriarca de los yeti, el humano es un asesino de la vida, la esperanza y los sueños: habla de la magia del mundo, pero para él, esto es solo un premio que debe conseguir. La experiencia humana –llamada historia– sustenta parcialmente el señalamiento apocalíptico de la criatura, y la película no lo desmiente.
Sin embargo, uno de los intereses principales del filme no es hablar de lo que desconocemos, sino de lo que conocemos e ignoramos en nuestra cotidianidad. Habla del mal que está regado por el mundo, y de cómo este no recibe ninguna penitencia debido al poder que tiene.
Alrededor del 2004 – 2005, Animal Planet estrenó en Latinoamérica The Last Dragon, un documental sobre el descubrimiento de los restos congelados de un dragón. Eso fue todo un acontecimiento, los fanáticos del canal lo recordarán, el estreno era anunciado reiteradas veces. Cuando salió no me conformé con verlo una vez, de eso estoy seguro. Que confirmaran la existencia de un dragón me hizo sentir lo mismo que Frost cuando se encontró con Susan la primera vez en un bosque: felicidad plena. La emoción duró un tiempo, pero se marchitó unos años después cuando, además de enterarme de que el niño Jesús no era tan niño después de todo, The Last Dragon no era para nada un documental real. Los dragones no existían.
El mismo medio que me hizo creer incondicionalmente también fue el responsable de que la fantasía se derrumbara.
A partir de ese y otros desengaños comencé a entender que la verdad no es un absoluto, sino que es algo que está en constante construcción y no es solo una. Un niño que apenas está conociendo el mundo que lo rodea está expuesto a lo que otro con más poder le imponga. Mi fe en la palabra se sostenía del delgado hilo de los medios de comunicación y la opinión de mis mayores, creía lo que querían que creyera, o lo que me repetían incesantemente. La verdad está jerarquizada. Mi verdad es insignificante al lado de la verdad de un político; y no porque la mía sea menos real que la del otro, sino porque manejamos distintos tipos de poder. En esa clase de duelos triunfa el que puje más fuerte, o al menos ese es el juego que los “poderosos” quieren hacernos creer imponiendo forzosamente sus verdades. Estas son las lianas por las que se balancea Missing Link.
Relacionando mis sencillos recuerdos con la película, puedo señalar que Lord Piggot busca silenciar a toda costa la verdad de Frost porque esta desmiente totalmente la suya. El líder del club de los Optimates se entera por telegramas, que le envía el sicario que contrató, que Lionel Frost consiguió a pie grande, y que no conformes con esto se dirigen a buscar a los familiares de Susan. En vez de reconocer su error al desacreditar por medio de los periódicos y la constante humillación pública a su colega, busca imponer su verdad a la fuerza bruta. El motor de Piggot es el temor que le provoca imaginarse que el mundo cambiará, y con ello su jerarquía social. Asesinar a Frost es su primera y última opción, y lo anuncia sin que le tiemble el pulso.
Por otro lado, Adelina –compañera de aventuras de Lionel Frost y Susan– le hace entender a Lionel, tras muchos intentos, que estaba tan concentrado en sus metas y en imponer su verdad sobre la de los Optimates, que ignoraba los sentimientos y emociones de los seres que le rodeaban, por eso se encontraba solo. Le advierte que de seguir ese camino nunca estará satisfecho con nada de lo que haga.
En comparación a Piggot, Adelina no posee poder, aun así consigue mediante la empatía y la reflexión ayudar a evolucionar a nuestro arrogante protagonista.
Por último, los yetis sentencian a cadena perpetua a Lionel, Adelina y Susan en una prisión de hielo cuando los descubren, ya que no quieren arriesgarse a que estos revelen el secreto de su paradero. La existencia de su especie es una verdad que debe prevalecer oculta ante los humanos a cualquier precio, así sea con el sacrificio de tres inocentes.
El filme es consecuente con estos tres casos mencionados: Piggot y sus colaboradores sucumben en un abismo profundo tras la caída del puente que une el mundo conocido con el desconocido; los yetis quedan aislados del mundo humano; Lionel, Adelina y Susan logran escapar y emprender las vidas que cada uno de ellos decide vivir después de ese momento. Hay una sentencia negativa, neutral y una positiva.
Ya abandonando los recuerdos y la nostalgia hacia mi niñez puedo volver al presente. ¿Creo en algo el día de hoy? No lo sé, diariamente desenmascaramos engaños. El discurso que predomina en la televisión son las mentiras, la censura o las verdades estériles. Las redes sociales están cargadas de subjetividades que deben ser recogidas con pinzas, y yo he tenido que acudir a la mentira para evadir responsabilidades.
Más allá de nuestras experiencias personales, la política venezolana ha resquebrajado la confianza de más de uno a través de tantas promesas incumplidas y de tantas ironías verbalizadas o escritas que se han hecho evidentes a lo largo de más de 20 años. Tal vez descubrir el origen del niño Jesús fue una suerte de tutorial para lo que nos ha tocado vivir.
¿Estamos tan mal? Pues lo que responde la película ante esta interrogante no es tan negativo. Ahí reside el valor de la cinta, más allá de un excelente trabajo en stop-motion y una historia cálida y divertida. Missing Link no pretende ser un drama, sabe que es una comedia animada y se comporta como tal.
Hoy tengo la certeza de que aquel pie grande que grabó el cazador en realidad era un hombre vestido de mono. Al menos me queda eso.
Por Silvio Loretto | @silvioloreto