#DomingosDeFicción: Cuatro Lauras

Las tres hermanas
Laura Carmelina comenzó a hacerse las trenzas y como siempre Laura Catalina le pasó por un lado haciéndole burla.
—Carmelina, Carmelina, la tontilina.
—Dejá de joder, Cata.
—Qué boca sucia tiene Carmelina, la tontilina.
La madre, Laura Cristina, tenía como siempre los nervios de punta.
—Que no te oiga tu padre, Carmelina, que te cruza la cara.
—Decile a Catalina que me deje de fastidiar entonces.
—Cata, compórtate, haceme la caridad.
Laura Clementina, la más pequeña, todavía dormía.
—Clementiiiiiina, Clementiiiiiina, Clementiiiiinaaa de mi amor.
—Si no se despierta con los gritos de Catalina, no la despierta un coño.
La casa de la familia Pacheco se ubicaba en la zona norte de Maracaibo y estaba muy bien dispuesta. Federico se ponía furioso si alguna de las cuatro mujeres de la casa dejaba algo tirado. Era algo inconcebible. Federico siempre quiso un hijo varón pero salió hembrero y tuvo tres hijas, muy bellas todas, morenas, de pelo castaño y ondulado. Unos mujerones. Su orgullo. Sin embargo, le habían salido desordenadas. Federico pensaba muchas veces que tenía un karma, pues debía educarlas para que fueran buenas mujeres y futuras madres y esposas y al mismo tiempo protegerlas por lo hermosas que eran. Un trabajo arduo y cansón.
Los estudios
A Laura Clementina, la quinceañera, le encantaba maquillarse como actriz de novela.
—Clementina, con la boca así no sales de esta casa, y menos para el colegio.
—¡Pero, papi! –ya dije.
Laura Clementina todavía estudiaba en el colegio. Las otras dos ya iban a la universidad. A Federico le interesaba que estuvieran ocupadas para que no tuvieran muchos amiguitos y así evitar una barriga porque de la carrera, la verdad, no vivirían. Las tres debían ser como su madre; debían tener una educación porque mujer bruta llama la infidelidad, pero nada de trabajo, para eso él estaba dispuesto a conseguirles buenos maridos.
—Apúrate, Cleme, vas a llegar tarde a la prueba de aptitud académica.
—Ya va, me estoy quitando la pintura.
—No te pongas brava. Ve que los quince son para usar un rosadito en los labios nada más. Además si te ven las monjas así me vuelven a llamar y ya me está cansando que me estén regañando por tu culpa.
—Es que las monjas son muy mojigatas, mami –¡por algo son monjas, niña!
Laura Carmelina, la mayor, ya manejaba. Con diecinueve años Federico le había mandado a sacar la licencia de conducir, después de enseñarle él mismo, claro. Gracias a Dios, Laura Catalina, la del medio, iba a la misma universidad porque así las dos tenían que irse juntas.
—Manejas como tortuga, Carmelina.
—Callate la jeta, ¿o quieres que te deje botada aquí mismo?
—¡Ay, pero qué carácter!
—Mira, ¿cuándo me vas a presentar al galán?
—Nunca, será pa’ que le vayas con el chisme a papi.
—No seas tonta, si no le he dicho hasta ahora ¿para qué le voy a decir ya?
—Pa’ fastidiarme.
Laura Catalina no quería presentarle su novio secreto a Laura Carmelina porque en el fondo creía que si la conocía se enamoraría de ella inmediatamente. Siempre le tuvo envidia por su cutis perfecto, sus largas pestañas y sus labios carnosos. Lo chistoso es que Laura Catalina no se daba cuenta de que tenía exactamente las mismas características de su hermana mayor.
Los nombres
Desde que Federico conoció a Laura Cristina supo que con ella se casaría y que si tenía una hija hembra le pondría de nombre Laura. Halagada por tan cortés petición, Laura Cristina accedió inmediatamente a ponerle Laura a su primera hija, diferenciándola de ella con Carmelina como segundo nombre. El problema fue que tuvieron dos hijas más.
—¿Aló? ¿Con quién desea hablar? ¿Con Laura? En esta casa hay cuatro Lauras.
El trabajo
Federico era un hombre abnegado y trabajador. Con mucho esfuerzo pudo levantar ocho cibercafés por toda la ciudad. Se metió en el negocio del internet apenas salió y tenía visión de futuro. Siempre la tuvo pues su padre había sido comerciante y desde muy joven trabajó con él. De título, Federico era administrador. Decidió estudiar esa carrera porque le permitiría montar negocios. Y así fue.
—Estoy cansado, Laura.
—Ay, mi amor, es que trabajas mucho. ¿Te sirvo la cena? Las arepas están calienticas. Hice garbanzos con tocineta también.
—Bueno, ¿y las niñas?
—Ya vienen, están viendo la televisión.
—Qué día… estoy exhausto. Con ese virus que se les metió a tres de las centrales me iba a volver loco. Menos mal que contraté al técnico ese que vino de Caracas. Es joven, veintipicón, pero sabe bastante de cómo arreglar computadoras. Me está sirviendo de mucho.
—Qué bueno. ¿Queréis queso rallado?
Los pelos
Las cabelleras de las hermanas Pacheco eran envidiables. Por suerte sacaron el pelo de Laura Cristina porque el de Federico parecía un cepillo de dientes usado. Laura Cristina siempre se esmeró en cuidarles el pelo a las tres niñas y ahora de grandes ellas mismas se lo seguían manteniendo brilloso y ondulante. La única que se lo recogía siempre era Laura Carmelina. Nunca jamás se lo dejaba suelto. Decía que no era nada práctico. Si no fuera porque a Federico le daría un soponcio, Laura Carmelina se lo hubiera cortado, muy corto, tipo hombre. Pero bueno, el techo que la cubría era de su padre y para no molestarlo se lo dejaba largo pero siempre amarrado.
—Ahí viene la muñequita de trapo.
—Cata, dejá de joder.
—Es que esas trencitas de niñita son taaaaaaan bonitas, son taaaaaaan bobitas.
—Cállate, no joda.
—¿Mami, por qué Carmelina puede decir groserías y yo no?
—¡Carmelina! ¡Mira lo que haces! Mira, Cleme, ninguna mujer debe decir groserías. Eso se ve muy feo. Imagínate tú cuando tengas tus bebés diciendo groserías, ¡qué horror!
—Como yo no me voy a casar no tengo problemas.
—¡Carmelina! ¿Cómo que no te vas a casar? ¡Claro que sí!
—Carmelina la solterona, Carmelina la solterona.
—Con eso no me vais a hacer arrechar, Cata.
—¡Carmelina!
—Mami, me quiero hacer las mechas.
—Otra vez con eso, Clementina… las monjas no dejan. Espérate unos meses que te gradúes del colegio y te las mando a hacer.
—¿Y qué? ¿Ahora quieres ser catira, Cleme?
—Ja, ja, ja. Muy graciosa, Cata. Lo que pasa es que te da envidia porque tengo el pelo más bonito que el tuyo.
—Se acabó la discusión. ¡Todo el mundo a hacer lo que le corresponde! ¡Vamos! Que hoy es día de limpieza profunda.
Las fiestas
Federico era un padre bastante estricto. Sin embargo, se podría decir que más que estricto era justo. Habría que ponerse en los zapatos de un padre de tres muchachas jóvenes y hermosas. Federico le había dado llave de la casa a la mayor, Laura Carmelina, porque ya había cumplido la mayoría de edad. Antes de eso así le rogaran de rodillas no entregaba copia de la llave a nadie. Con esto se aseguraba de que nunca llegaran tarde porque alguien tenía que estar despierto para abrirles la puerta. Y si por alguna casualidad llegaban tarde, con permiso de él por supuesto, él mismo les abría la puerta sabiendo así a qué hora habían llegado. Claro, esto era si las dos hermanas menores salían con Laura Carmelina porque Federico no permitía que ninguna de sus hijas anduviera sola en un carro con un muchacho y menos en la madrugada.
—Carmelinaaaaa, ¿me puedes llevar a unos quince años el sábado?
—¿¡Otro?!
—¡No tengo la culpa de tener tantas amigas en el colegio!
Los secretos
Las hermanas Pacheco, aunque peleaban todo el tiempo, se llevaban muy bien y se contaban todo. Sin embargo, había algunas cosas ocultas que no se atrevían a revelar.
—¿Aló? ¿Patricia? Soy yo, Carmelina. Ajá, estoy en mi cuarto. Sí, hablé con él. Ve, este sábado voy a llevar a Cleme a unos quince años y le voy a decir a papi que como queda lejos, para no ir y venir, me voy a tu casa a esperar que sea la medianoche pa’ recogerla. Ajá. ¿Te parece? Sí, sí, como siempre, a casa de su tía que está de viaje, ahí no hay nadie que nos vea. Ay no, yo no voy a comprar eso, él siempre tiene. Para eso trabaja.
—Ya tenemos un mes. ¿Podéis creer? Ay, yo lo amo, y yo sé que él me ama a mí. Me lo dice a cada rato. A lo que yo cumpla dieciocho él va a venir a conocer a papi y nos vamos a casar. Ya me lo prometió. Y sabes que sigue insistiendo, ¿no? Pero a mí me da miedo… ay, Dios mío. Es que yo he leído que la primera vez duele mucho. Pero es taaaaan duuuuuulce y siempre que me va a visitar a la universidad me compra un helado y me dice cosas bellas. Me dice “Catita, mi Catita linda”.
—Holaaaaaaa. Conocí a un tipo bellooooo. Es alto y moreno y tiene unos oooooooojos… bello, bello. Cuando me vio entrar a la oficina de papi se me quedó mirando. Y después me picó el ojo. ¡No! ¿Estás loca? Papi no se dio cuenta. Será para que vayan haciendo mi tumba, aquí fallece Cleme. Ojalá lo vuelva a ver pronto… voy a ver qué invento pa’ ir a la oficina de papi en estos días.
Lo femenino
Dicen por ahí que cuando varias mujeres menstruantes viven juntas, las reglas se compaginan y a todas les viene el periodo al mismo tiempo. Laura Cristina, después de tener a Laura Clementina tuvo que hacerse una histerectomía, así que no menstruaba. Sin embargo, daba fe de la creencia popular puesto que sí, a sus tres hijas les venía la regla a la vez y era ella quien les compraba las toallas sanitarias y las pastillas para calmarles el dolor de vientre.
—¿Ya te vino, Cata?
—Sí, Cleme.
—¿Y a vos, Carmelina?
—Sí, Cleme.
—Por eso es que insisto que nos debemos llamar las hermanas sangrientas.
—Ya salió la loca del manicomio. Cállate, Cleme y dejá de joder.
—¡Va, pues! Pero es verdad. Imagínate una película con ese nombre. Sería un éxito taquillero.
En eso, pasaba la madre cerca del cuarto de Laura Carmelina.
—La que tenga dolor de vientre que alce la mano.
Las tres, al unísono, lo hicieron.
Las compras
A Laura Cristina le encantaba ir al mall. Y ahora más que Laura Carmelina manejaba.
—Vamos a esta tienda.
—Ay, noooooo, Carmelinaaaaa. Ahí venden ropa muy fea.
—Dejá de fregar la paciencia, Cleme. Lo que pasa que como no venden minifaldas…
—¡No empiecen! Vamos a esta, Clementina, y después a aquella.
A Laura Carmelina le gustaba andar de jeans, camisas de botones y sandalias de cocuiza. Laura Catalina siempre vestía de negro, morado o cuadros grises y blancos, con zapatos de plataforma y llevaba anillos de calaveras. Laura Clementina estaba apenas experimentando las pinturas y los tacones, así que prefería los colores muy vivos como fucsia y naranja y las blusas de tiros o vestidos primaverales.
La comida
En la mesa, Laura Clementina muchas veces hacía un berrinche porque no quería comer.
—En esta casa se come lo que hace su madre. ¡Ya está bueno, Clementina! ¡Ya tienes quince años!
—Es que no me gusta el pastel de berenjenaaaaa.
—Pues eso es lo que hay y punto.
—¡Pero, papi!
—Ya dije. Empieza a comer.
—Clementiiiiiina, Clementiiiiiina, Clementiiiiinaaa de mi amor. Tenéis que comer, mijita.
—Déjame, Cataaaaaaa.
—Por lo menos Cata no me está fastidiando a mí hoy.
—Espérate que ahorita te toca, Carmelina.
—¡Pero bueno! Todo el mundo se calla y a comer en paz. Laura Cristina estaba parada sirviendo jugos y poniendo servilletas.
—A ver, cambiemos el tema. Tampoco esto va a ser un funeral. A ver niñas, ¿qué me cuentan de novios?
La cena no solo fue un funeral, sino que fue un funeral largo y tedioso. Nadie habló.
Las sospechas
Había algo que atormentaba a cada una de las hermanas.
—No chica, claro que se puso la última vez, pero no sé… ya van dos días que no me viene nada de nada.
—¡Ay, yo sé! Te dije que me daba miedo ¡y sí me dolió mucho! No… no se puso nada… ¿pero no se supone que la primera vez es imposible que pase algo?
—Virgencita, tú sabes que yo te adoro. Haceme el favor de mandarme la reglaaaaaaa. Yo no quería hacerlo pero el tipo bello me besó y me besó. Porfaaaaaa, mi Chinita. Ve que ya casi me voy a graduar del colegio y después voy a la universidad. Te prometo que no lo vuelvo a hacer. Te rezo diez salves. Dios te salve, María, llena eres de gracia…
La salud
Federico supervisaba la salud de toda la familia. El seguro médico estaba al día y la despensa llena de medicinas. Claro está, en las dolencias femeninas él no intervenía, solamente le interesaba saber que sus hijas gozaban de buena salud. Así que Laura Cristina se encargaba de esos menesteres.
—Voy a llamar a la doctora Suárez. No puede ser que a ninguna de las tres le haya venido la regla. A veces se atrasa o se adelanta una, pero las tres… tiene que ser algo que comieron. Definitivamente. De todas maneras que las vea la doctora para salir de dudas. ¿Y si es anemia?
Los resultados
La secretaria de la doctora Suárez llamó a Laura Cristina. Le dijo que la doctora quería hablar con ella a solas, que dejara a las hijas en la sala de espera. A Laura Cristina se le aguaron los ojos.
—¡Dígame, doctora! ¿Es cáncer?
—Cálmese, Laura, y siéntese. No es nada malo pero tiene que sentarse para escuchar lo que tengo que decirle.
—Ay, Dios mío.
—Esto es muy extraño… Me habían pasado cosas parecidas pero así como esta, nunca. Laura… sus tres hijas están embarazadas. Las tres tienen aproximadamente mes y medio.
—…
—¿Laura? ¿Laura? ¡Ay! ¡Maritza! ¡Maritza! ¡Ayúdame, que se me desmayó la paciente!
La reacción
Con la mano fracturada ya, Federico seguía dándole puñetazos a la pared.
—¡Cálmate, mi vida!
—…
—No le pegues más a la pared, ¡por favor! ¡Ay, Dios mío! ¡Que te está saliendo sangre!
—…
—Esto lo vamos a solucionar. Vas a ver.
—…
—¡Federico! ¡Por favor! Vamos a salir de esto. ¡Estoy segura!
La verdad
Sollozando, las hermanas se sentaron a hablar con su papá. Federico las miraba con los ojos encendidos.
—Mi novio es mayor, tiene veintiocho años. Tenemos seis meses juntos pero no dije nada porque pensaba que no iba a durar mucho.
—¿Cómo se llama, Carmelina? ¿Dónde lo conociste?
—Ay, papi…
—¡Habla! Estoy esperando.
—Es un empleado tuyo…
—¿Qué, qué? ¿Quién?
—Miguel Ángel Quintero.
—¡¿Cómo?! ¿El técnico de computadoras?
—¡Cleme! ¿Cleme, qué te pasa? ¡Federico! ¡Clementina se desmayó!
Laura Catalina, en ese mismo instante, comenzó a llorar histéricamente.
—¡¿Pero qué pasa?!
—Es que… es que… así se llama mi novio también, papi.
—¿Cata? ¿Catita linda? ¿Qué pasó?
—¡No me digas así, mami! Así me dice Miguel Ángel. Él es mi novio. ¡Me dijo que cuando yo cumpliera dieciocho nos íbamos a casar!
—¡Federico! ¿Adónde vas? ¡Federico! ¡Federico! ¡No te vayas! Ay, Virgencita, ampáranos, por favor.
El periódico
No solo las Pacheco sino toda la ciudad estaban conmocionadas por las noticias.
Sucesos
En horas de la noche del día de ayer, Federico Pacheco, dueño de los cibercafés “En conexión”, se convirtió en el autor de una tragedia. Llevado por la ira asesinó de veinte puñaladas a Miguel Ángel Quintero, técnico en computación y empleado de Pacheco. El hecho ocurrió en la residencia de Quintero, ubicada en Las Delicias. Luego Pacheco se dirigió a su oficina y se quitó la vida con un arma de fuego. No hay detalles sobre las razones de estos actos pero se sospecha que tiene ver con Quintero y las hijas adolescentes de Pacheco. Las autoridades están haciendo averiguaciones.
El desenlace
Laura Cristina había mantenido a sus hijas encerradas en la casa durante todo el embarazo. Perdieron año escolar y semestres. Perdieron amistades y oportunidades pues no las dejaba ni hablar por teléfono. Con nadie. Sin excepción. Los tres varones habían nacido en casa y estaban sanos y hermosos. Los tres varones se llamaban Federico.
Al mes de nacidos los bebés, Laura Cristina pasaba cerca del cuarto de Laura Carmelina.
—Es hora de dar pecho. La que necesite un cojín para la espalda que alce la mano.
Las tres, al unísono, lo hicieron.
Por Naida Saavedra | @naidasaavedra